I Am Vertical, but I Would Rather Be Horizontal.

Sylvia Plath. 28 de Marzo de 1961

La transformación del mundo, actividad fundamental de la arquitectura, depende de geometrías de referencia. Entre todas ellas, la línea horizontal y la línea de horizonte tienen un papel determinante sobre lo que proyectamos y construimos. Este lugar geométrico es al tiempo una singularidad perceptiva de nuestra limitada presencia en un mundo esférico y una abstracción intelectual que expresamos con la entelequia de la línea recta, encuentro entre suelo y cielo, masa y aire, que desde el artificio mental de toda sección representamos como dos mitades horizontales.

Según el aforismo de Wheeler, el espacio-tiempo informaba a la materia cómo moverse, y la materia indicaba al espacio-tiempo como curvarse. En un cosmos curvo, que apenas alcanzamos a descifrar, la estabilidad recta del horizonte, la idea de un suelo plano para nuestro equilibrio es un consuelo narrativo que nos permite ser operativos, es fruto de nuestra invención de un lenguaje matemático para decir el mundo que nos permite mejorarlo por añadidos superpuestos, tendentes a lo horizontal pese a su imposibilidad metafísica. La misma noción de paralelismo, impensable en la constancia física de este curvado universo, es una conquista cerebral que condiciona nuestro entendimiento de la física que habitamos.

Cabe pensar que la noción de horizonte, lugar geométrico, o mejor, antología de lugares geométricos, que nos acompaña en nuestro desplazamiento permanente, pueda ser otra expresión del mundo líquido y en órbita en que vivimos. John Berger escribió en Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos, que la línea horizontal representaba el tráfico del mundo, los caminos que van de un lado al otro de la tierra hacia otros lugares, y que el hogar era el deseo de intersectar una línea vertical con esta horizontal.

Claude Parent especuló sobre cómo habitar lo oblicuo podía considerarse un acto, casi revolucionario, de exaltación de lo anómalo, como si el horizonte en reposo mereciera ser proscrito, si bien el horizonte no es sino otra manera de constatar que nos movemos.

Para Sigfried Giedion el plano horizontal era un elemento constituyente de la arquitectura de la modernidad, así vemos nosotros la vocación permanente de Le Corbusier, que ideó sus cinco puntos para atrapar el horizonte desde todos los ángulos posibles, o los ejercicios de extrusión de Mies, construyendo planos equidistantes respecto a nuestra mirada para situarlo en el punto medio de sus espacios fluidos.

En Todo es comparable, Óscar Tusquets recordaba una lección de Josep Maria Sostres acerca de la construcción del plano horizontal como superficie transitable, una aportación de la creatividad humana que en la naturaleza no se encuentra jamás, y que permitió que el ser humano, libre de tener que caminar atento a los accidentes del terreno, comenzara a peripatear y, de este modo, mientras se movía pensaba a la vez en sus cosas, e iría surgiendo la filosofía, que alguien definió como estar, en cualquier lugar, como en casa. Quizás sea también el horizonte nuestro Campo de Agramante en el que coexistan visiones discordantes donde espacio y emoción sean una sola cosa.

En este número de esta nueva etapa de ACCA, se recogerán trabajos que desarrollen la dependencia del proceso de horizontalidad y horizonte en relación con la producción de la arquitectura. Se valorarán positivamente aquellos trabajos que desentrañen dicho papel no tanto en la producción de resultados literalmente horizontales, sino que recojan su impacto en el procedimiento y la producción de la arquitectura.

Daniel Montes, Ignacio Fdez. Torres, Ángel Martínez García Posada. Sevilla/Zúrich 2021